La recién estrenada serie “Wecrashed” ha avivado uno de los temas más fascinantes de la corta historia del proptech: la historia de Wework. La historia de una proptech, con poco “tech” y mucho canto de sirena. Una historia que incluye componentes tan diversos como un CEO muy especial, café gratis, entornos hípsters, columpios en las oficinas, una gran idea de negocio, localizaciones premium en las ciudades con más renombre y el sentimiento de comunidad como pegamento de esta extraña mezcla.

Wework es una empresa que alquila espacios de trabajo a autónomos o empresas, eso lo sabemos casi todos, pero también es una empresa que protagonizó una serie de escándalos allá por 2019. En ese año, la compañía había sido valorada por más de 50 billones de dólares, valoración que consiguió gracias las cuantiosas inversiones que aumentaron el valor de la compañía de forma espectacular. Tenía más de medio millón de trabajadores esparcidos en oficinas presentes por todo el mundo. Sus oficinas, para los inquilinos, eran de lo más “instagrameable”, con kombucha gratis, espacios de networking, diversión y mucho sentimiento de comunidad. Wework tenía un jet propio, y su founder, Adam Neumann, derrochaba lujo allá donde fuera.

De una semana para otra la compañía entró en crisis, miles de empleados fueron despedidos, el founder fue obligado a abandonar su puesto como CEO de la compañía que había creado 9 años antes y muchas de sus oficinas cerraron ¿Qué pasó y qué hizo a Wework caer tan estrepitosamente?

Wework fue fundada en 2010 por un joven Neumann que además de ser un vendedor nato, tenía un gran sentimiento de comunidad y experiencia en gestión de oficinas. Junto con su socio Miguel McKelvey, dio forma a la gran idea de crear espacios de diseño donde compartir trabajo y vida social. Estos espacios se alquilaban individualmente de forma que los alquileres individuales superaban con creces el coste del alquiler del edificio.

La idea innovadora conquistó a los inversores de moda del momento, que en un muy corto espacio de tiempo comenzaron a invertir grandes sumas en Wework, pensando que tendrían grandes retornos al invertir en una fórmula de crecimiento exponencial. La fórmula era bastante sencilla, alquilar un edificio en un lugar premium de las grandes ciudades, reformarlo para hacer oficinas increíblemente atractivas, buscar inquilinos, gestionarlo todo a través de una plataforma tecnológica (proptech), hacer de la estancia toda una experiencia y voilà: grandes retornos asegurados.

Hoy en día, esta situación no pasaría, ya no se valora una compañía por lo que podría llegar a ser, digamos que hemos aprendido la lección, los inversores miran el ROI (retorno de la inversión) y el tiempo en el que se produce. Además, miran si realmente hay una tecnología escalable detrás.

Con inversiones billonarias y volando por todo lo alto, parecía que Wework era imparable e inalcanzable, sobre todo desde que Softbank empezó a invertir también capital en Wework, y es que Softbank era considerado uno de los inversores con mejor olfato para la tecnología (con historias de éxito previas como Yahoo, Vodafone Japan, ARM o Alibaba, posteriormente, por ejemplo, estuvieron detrás de Uber).

La visión de Wework, era que la compañía no solo eran edificios de oficinas, sino un modo de vida muy millennial. El futuro de nuestra historia laboral. Donde podían albergarse comunidades enteras de “wepeople”, que crecen en “weguarderías” y que posteriormente trabajan “weoficinas”. Es decir que la vida de las personas giraría en torno a la compañía Wework, y aunque leyendo esto y sabiendo el desenlace nos parezca de lo más inverosímil, Softbank seguía invirtiendo en Wework y el valor de la compañía seguía aumentando.

Pero la realidad resultó que la compañía cada mes gastaba mucho más dinero del que ingresaba, y el crecimiento de la compañía no iba como sus founders habían pensado inicialmente y habían vendido a sus inversores. Y es que para que el negocio tirase tenían que invertir dinero en publicidad para encontrar inquilinos para todos los espacios que habían alquilado con tanta inversión, tenían que alquilar espacios que con el hype que se había creado cada vez les resultaban más caros, contratar a más personal, hacer que los espacios fueran realmente “the coolest” y todo esto multiplicado por muchos espacios se convirtió en un auténtico agujero negro. Los inversores no estaban dispuestos a mantener económicamente el sueño de Wework y aquí comenzó la caída en picado.

El desenlace también lo conocemos: acusaciones, escándalos, despidos, Wework valorada por un valor muy inferior y “alerta spoiler”, el descubrimiento de que Wework no era realmente una compañía tecnológica y por lo tanto su crecimiento no era exponencial.

Poco después llego el Covid-19, la compañía obviamente sufrió mucho más con el confinamiento cuando los inquilinos estaban físicamente impedidos de acudir a las oficinas y además la población se acostumbró a teletrabajar destronando así la maravillosa idea de Wework.

Queda por ver si en el futuro preferiremos trabajar desde casa, en las oficinas tradicionales o en nuevos conceptos de oficina colectivos parecidos a los de Wework. Quién sabe si al final, esa fórmula es la buena. La historia de Wework continúa.

Mucho han cambiado las inversiones y el proptech en dos años y medio, parece increíble, pero es cierto, y continuará cambiando ¿cómo? No lo sabemos, pero esta historia nos sugiere muchas preguntas ¿es necesaria la tecnología para disrumpir? ¿crees que los inversores aprendieron? ¿crees que hay alguna scaleup ahora mismo con pies de barro?

Sheila Gracia

Directora de Servicios del Colectivo API